Juan es empleado de una fábrica y gasta su sueldo en consumo generalmente ya que tiene poca capacidad de ahorro. Pedro acaba de perder su empleo en un comercio y subsiste gracias a los ahorros que pudo acumular. Luis es abogado recibido en la UBA y sus ingresos le alcanzan para vivir y ahorrar. Diego es contador recibido en la Universidad Nacional de Córdoba y vive al día.
Los cuatro necesitan gastar en alimentos, higiene, salud, vestimenta y ocio, en mayor o menor medida dependiendo de sus posibilidades. Por los bienes y servicios que consumen pagan impuestos y eventualmente por sus rentas también.
Cuantas veces hemos escuchado la frase "Yo pago mis impuestos" como forma de justificar una demanda no satisfecha o como avalando el derecho a pedir algo? En todo el mundo podríamos encontrar esa frase en boca de un ciudadano, solo que dependiendo del grado de internalización del tema que tenga el mismo, el peso de las palabras tendrá más o menos gravitación.
Hace siete años, hubo una frase de un funcionario estadounidense que a más de un argentino le afectó el orgullo: "los plomeros norteamericanos no tienen porque pagar la crisis argentina". La referencia era hacia los contribuyentes de impuestos del país más poderoso del mundo que solventarían algunas políticas económicas dirigidas a auxiliar la economía de un país subdesarrollado como el nuestro.
El "yo pago mis impuestos" en boca de un ciudadano argentino dispara innumerables connotaciones psicológicas y brinda un fértil terreno para la discusión, la opinión y el análisis, pero la idea no es precisamente abordar la mirada acerca de posibles evasiones fiscales o de capacidades contributivas diferentes, sino que me permite llegar a un tema que hace mucho me propongo enfocar: el valor agregado que recibe un graduado argentino de una universidad pública, gracias a los impuestos que pagamos todos los argentinos, los graduados y los no graduados.
Dicho de otro modo, todos los graduados que hemos estudiado en una carrera universitaria no perteneciente al ámbito privado, hemos usufructuado del presupuesto público para desarrollar habilidades y potenciales que nos darían una oportunidad para desenvolvernos en la economía real, que quizás a otros conciudadanos se les negara por diversas causas, siendo en ambos casos contribuyentes a aquel presupuesto público.
Luis y Diego disponen de una economía más holgada que las de Juan y Pedro, ya que más allá de realidades coyunturales, teórica y potencialmente pueden aspirar a un nivel de vida más acomodado. Sin embargo, desde el punto de vista conceptual y sin considerar matices obvios de casos particulares, podemos afirmar que los cuatro ciudadanos contribuyen al Fisco para financiar - entre otras cosas - a los actuales estudiantes de nuestras universidades oficiales.
En relación a posibles formas de financiamiento universitario, en más de una ocasión se ha estudiado la implementación del "Impuesto al Graduado", pero nunca se terminó de plasmar la idea. Más allá de la búsqueda de consensos necesarios para su eventual consideración, también debemos recordar que la gratuidad de los estudios en las universidades nacionales argentinas tuvo siempre una cohesión general y una contundente oposición a proyectos de arancelamiento.
Aceptando esta realidad, y destacando el prestigio que poseen estas instituciones, considero válido replantearse si es justo que, solamente por una cuestión de oportunidades, un argentino pudo prepararse mejor que otro frente a su vida habiendo aportado la misma carga tributaria, reiterando la intención de no referirme al aspecto cualitativo de dicha carga, sino a la inexistencia de diferenciales merecedores de un futuro diferente.
Otra frase muchas veces escuchada, la de "devolverle a la sociedad lo que ella nos ha brindado", no ha sido consecuente con la realidad. Los argentinos somos muchas veces solidarios en acciones concretas, aunque personalmente no me animo a afirmar que "el argentino es solidario", entendido esto como una sociedad solidaria en sentido genérico.
En alguna oportunidad se ha hablado de la fuga de cerebros, aquellos profesionales que en el país se instruyeron pero no pudieron aplicar sus conocimientos en forma cabal, debiendo emigrar y en muchos casos triunfar y ser reconocidos en el exterior; es decir, otros países se han beneficiado por el aporte intelectual de ciudadanos argentinos sin haber aportado una sola moneda.
El Estado argentino ha sido blanco de innumerables vicios, defectos y zozobras, y aún a pesar de todo lo criticable que pueda arrogarse, siguió generando las oportunidades mínimas para que un estudiante pueda graduarse y enriquecer el capital humano del país. Y está bien que ello ocurra. Así debería ser. Para ello existe una administración pública que, a través de un presupuesto nacional aprobado por el Congreso, determina las partidas de gastos e inversiones a realizar en pos de construir una nación cada vez más mejor. Pero cuando existen fallas estructurales, los daños deben remediarse de algún modo, y si esos modos son acompañados de acciones nobles tangenciales a lo coactivo del rol estatal, mucho mejor.
Por ello. quisiera reflexionar acerca de qué podemos aportar los profesionales argentinos, seamos de la disciplina que fuere, para retribuirle a nuestro país, a nuestro Estado, a nosotros mismos, la oportunidad que nos dio en su momento. El mensaje dista mucho de lo imperativo, sino que recurro a la mirada moral del tema.
Dejamos en manos del Estado muchas cosas perdiendo de vista que ese mismo Estado somos nosotros mismos.
Nuestro país tiene muchas contradicciones, la más nombrada es el hambre y la pobreza existentes conviviendo con riquezas naturales envidiables en otros rincones del mundo.
La que me moviliza en esta ocasión es aquella por la cual el acceso a la educación y el nivel de enseñanza ha descendido en aspectos cuantitativos y cualitativos, cuando Argentina ha sido siempre referencia obligada en Latinoamérica.
No puedo concebir que un niño no pueda estudiar y que no tenga sus posibilidades porque el Estado no lo puede ayudar, cuando ese mismo Estado es el que me posibilitó graduarme en la Universidad de Buenos Aires. Es ilógico, es regresivo, creo que hasta inmoral.
Todo argentino debe tener su oportunidad de desarrollo personal.
Es claro que los inicios de la educación van íntimamente ligados a la realidad de la familia, el ámbito de desarrollo y los diversos factores que puedan incidir; lo que no nos debemos permitir es que sea el factor económico el que impida esa oportunidad.
Si el Estado propiamente dicho no puede hacerlo, alguien lo debe hacer.
Aproximadamente, 60.000 estudiantes de universidades estatales del país se graduan anualmente según las estadísticas de los últimos años; esto implicaría que en los últimos 10 años, por lo menos 600.000 graduados se han diplomado en todo el país. Si cada uno de ellos aportaran solamente diez pesos mensuales, en tan solo un año se podrían reunir $ 72.000.000 para un fondo especial.
Pienso que los graduados tenemos mucho para aportar, y uno se imagina que si pudiera ser extensivo a los graduados de universidades privadas, la idea podría potenciarse.
Estoy seguro de muchas ONG podrían organizar y administrar estos recursos.
Estoy seguro de muchas ONG podrían organizar y administrar estos recursos.
Ya sabemos que pagar impuestos es el precio de vivir en una sociedad civilizada.
Pero qué bueno sería aprender que ayudar a la educación de un país, es saldar una deuda que jamás nos reclamarán, pero que nunca debe prescribir en nuestra conciencia.
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